Cannes 2016: Pablo, Alejandro y Chile

Pablo Larraín y Alejandro Jodorowsky acaparan la atención en la Croisette con sus dos nuevas películas: “Poesía sin fin” y “Neruda”

En Chile son conscientes de que su industria y arte cinematográficos viven una época dorada. Así lo sienten.

Tras un 2015 plagado de reconocimientos internacionales, la industria chilena ha desembarcado en el Festival de Cannes de 2016 con una delegación de más de 50 miembros que buscarán promocionar los proyectos locales más prometedores en el Marché du Film y siendo el único país latinoamericano con dos películas en el festival (ambas presentes en la Quincena de Realizadores): Neruda de Pablo Larrain y Poesía sin fin de Alejandro Jodorowsky.

Poesía sin fin de Alejandro Jodorowsky | Quincena de realizadores

Alejandro Jodorowsky no necesita presentación. Su nombre es difícil de olvidar. Su cine de surrealismo y fantasía, menos todavía. Con cerca de 90 años y tras un retiro cinematográfico de unos 20, el artista chileno se encuentra pletórico de vida y lucidez —dentro de su particular locura. Ello le llevó, en primer lugar, a firmar La danza de la realidad, presente en la Quincena de realizadores del Festival de Cannes 2013, una película de carácter autobiográfico en torno a su infancia. Y ello le ha llevado, en segundo lugar, a firmar Poesía sin fin, continuación natural de la primera y que se centra en la etapa de la juventud y la adolescencia del realizador, aquella en la que el niño reivindica y confirma su condición de poeta.

Enfrentarse al cine de esta nueva etapa creativa de Jodorowsky es un constante lanzamiento de una moneda al aire. Cada secuencia, un lanzamiento. Uno no sabe si saldrá cara y se encontrará con una escena de potente imaginación o si, por el contrario, saldrá cruz y le tocará sufrir al Alejandro menos lúcido, el del exceso burdo y absurdo y la autoayuda simplona.

Poesía sin fin da comienzo en el final de La danza de la realidad, enrachando varias caras mientras construye un pasado de atrezzo con elementos propios del teatro. Sin embargo, con el devenir de los minutos y la adolescencia de Jodorowsky, el cine que sugiere mediante el uso de elementos propios del teatro se transforma en un gran escenario en el que la profundidad de campo es casi nula y que muta, en varias escenas, en un gran circo encadenando más cruces que caras y terminando con el reparto al 50-50.

Así pues, podría decirse que Poesía sin fin es una moneda que cae de canto mientras se balancea de forma violenta e irregular, algo que seguramente le gustaría al veterano director chileno. El poeta ha de provocar y reivindicarse a toda cosa. Que el público reivindique Poesía sin fin ya será harina de otro costal. Yo siempre aplaudiré a alguien que con 90 años sigue con vitalidad para hacer cine. Su cine. Me guste más o menos.

Neruda de Pablo Larraín | Quincena de realizadores

Pablo Larraín, seguramente el cineasta chileno más reconocido a nivel internacional de los últimos años, tampoco necesita presentación. Y Pablo Neruda… pues tampoco. La película basada en la persecución del archiconocido poeta y senador chileno (interpretado por un notable Luis Gnecco) a finales de los 50 era una de los filmes más esperados de la edición. Reconozco que tenía ciertas reservas al respecto; cualquier película chilena sobre Neruda tiene el riesgo esencial de ser una hagiografía, pese a que la dirigiese el director de No y El Club.

Una vez dio comienzo el filme, mis reservas empezaron a mostrar signos de alerta: Neruda flotaba por los caminos más genéricos del biopic y el cine policíaco vertebrado esto último en torno al personaje secundario interpretado por la estrella de la película, Gael García Bernal, el inspector estatal encargado de dar caza al poeta y referencia comunista. Sin embargo, había una serie de señales disonantes respecto al convencional inicio: una constante desligadura espacial en un fluido montaje (durante el desarrollo de las conversaciones, los personajes podían cambiar hasta varias veces de localización mediante saltos espaciales), la importancia atípica que recibía el personaje secundario de García Bernal y la constante referencia técnica a El club; el proyecto de Neruda se estaba gestando antes de que Larraín se embarcase en El club, y el autor chileno decidió establecer entre ellas una unión técnica en términos de fotografía y banda sonora, amén de compartir buena parte del reparto. Todas estas decisiones no paraban de alimentar la esperanza por ver algo distinto.

Y  tal esperanza fue recompensada. Neruda juega con las reglas del género biográfico y policial mientras alimenta el escepticismo y las expectativas para luego descubrirse y meter un golazo por la escuadra como si de un tiro de Jorge Valdivia se tratase. Y en ese momento emerge como una adaptación libre de “El fugitivo”, una de las secciones del monumental “Canto General” que publicó Pablo Neruda en 1950.

El guión de Neruda, escrito por Guillermo Calderón, resulta ser el mejor que ha tenido Larraín entre manos, mostrando una imagen del legendario poeta del pueblo chileno donde la grandeza del mismo encuentra las raíces en su ego, sus contradicciones y polémicas. Y tanto o más bello es el desarrollo del personaje del inspector que le da caza, el cual evoluciona desde una comicidad repleta de dignidad —sobresaliente la mejora de Gael García Bernal en este aspecto, que demuestra ser un actor completísimo— a un lirismo puro. Él acaba por no ser tan secundario. Acaba por ser, también, Neruda y su poesía.

Como lo somos nosotros los espectadores, unos personajes más del “Canto General” de Neruda. Y ante tal obra y viendo su inexplicable ausencia en la Competición Oficial, al que escribe no le queda otra que ponerse en pie y recitarle al Festival de Cannes los versos más famososo del poema de “Los enemigos”. Aquellos que decían pido castigo.

Y para el cine chileno en general, pido la enhorabuena. Es su momento y lo saben. Así lo sienten.

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