La nueva película del canadiense ha dividido a la crítica en la Croisette, pero nuestro corresponsal tiene buenas palabras para el filme
Sólo es una película de Dolan…
Eso pensaba yo cuando entre las cinco y las seis de la tarde se empezaron a extender los rumores e informaciones sobre las impresionantes colas que había para la primera proyección de prensa de la última película de Xavier Dolan. Los acreditados azules (la burguesía/clase media de entre los periodistas cannoises) se removían nerviosos mientras su cola llegaba hasta el fin del mundo. Los amarillos (los campesinos) asumían que el fin del mundo había llegado para ellos. Necesitarían de un milagro para entrar a la Sala Debussy. Los rosas (la nobleza) formaban largas colas como las que habitualmente deben formar los azules y amarillos. Sólo los rosas con punto amarillo (los reyes) podían admirar impresionados, pero tranquilos, pues ellos entrarían los primeros sí o también, como la expectación puesta en la sexta película de un quebequés de sólo 27 años ponía en verdadero jaque a toda la logística del Festival de Cine de Cannes, el más prestigioso del mundo.
Yo, clase baja, amarillo humilde y previsor que en un intensivo de pocos días ha adquirido algo del saber del perro viejo gracias a los grandes consejos de compañeros más veteranos, había organizado mi día dando por hecho que no entraría en la que, según la teoría, era probable que fuese la película más esperada del festival pues la firmaba su enfant terrible, su niño bonito. Xavier Dolan había sido premiado con sólo 19 años en la Quincena de Realizadores gracias a su ópera prima Yo maté a mi madre (2009) y, desde entonces, sus nuevas películas siempre han formado parte de la selección oficial de Cannes (salvo Tom a la fèrme, que no llegó a tiempo y se fue al Festival de Venecia) y habían sido premiadas: Los amores imaginarios (2010) y Laurence Anyways (2012) fueron premiadas y formaron parte de Un certain regard. Un proceso que se culminó con Mommy (2014) con una nominación a la Palma de Oro a los veinticinco años y un Premio del Jurado Ex-aequo con una leyenda como Jean-Luc Godard. Por lo que, en Cannes, una película de Dolan no es sólo una película de Dolan, aunque sea justo eso.
Así pues, ahí estaba yo, pensando en estas cosas, minutos después de las 19.00 para ver sólo una película de Dolan en el segundo y último pase de prensa, el de las 21.30 en la sala Bazín, una sala pequeña pero que había logrado convertirse en la mejor amiga de muchos azules y amarillos para ver las películas de competición oficial. La jugada es sencilla: uno va con bastante antelación a la Bazin y aprovecha para escribir, los rosas no acuden pues ya fueron al primer pase, y unos 280 afortunados, azules y amarillos más o menos previsores, según la expectación del filme, entran. Pero conforme se acercaba la hora, la Bazín tornó en un jardín de rosas, y amarillos y azules empezamos a clavarnos las espinas. Al final, y tras muchos nervios, la Bazín se llenó a reventar… de rosas y azules. Muchos amarillos que llevaban casi tres horas de cola se quedaron fuera. Y ese mismo día, a las 08.30, en el primer pase dé prensa, el Grand Theatre Lumière y sus 2,300 butacas estaban “aireados”.
Lo dicho, sólo era una película de Dolan, pero estaba dejando en evidencia los problemas logísticos de Cannes, donde en vez de proyectar los dos pases de prensa de la competición oficial en el magnífico Lumière por la mañana —ya que por la tarde y noche se reserva para los pases de gala—, se proyecta sólo el pase “menos” importante (o así ha sucedido esta vez), quedando el otro pase por la tarde entre la sala Debussy y la Bazín, salas mucho más pequeñas. De eso hablábamos en la cola los amarillos que nos quedamos fuera de este plan, asumiendo que tocaría verla al día siguiente. Pero entonces saltó la sorpresa en el acontecimiento que no tenía que haber sorprendido a la organización cannoise: se habilitó excepcionalmente un pase adicional, a las 22.30, en otra sala, la K. Sólo una película de Dolan tendría 5 premieres en el Festival de Cannes. Una locura.
Juste la fin du monde de Xavier Dolan | Sección oficial en competición
Como una locura era y es adaptar cinematográficamente Juste la fin du monde, la obra teatral de Jean-Luc Lagarce. No por su argumento: la vuelta de un joven escritor a su hogar tras doce años de ausencia para comunicarle a su familia que va a morir; sino por sus formas: Juste la fin du monde está llena de diálogos y monólogos llenos de coloquialismo, cortes, errores, gritos, silencios, insultos, reiteraciones, conversaciones de besugo, dudas, reformulaciones… un agitado océano de palabras, en resumen, donde los personajes se construyen por inmersión y (bal)buceo. A través de sus olas y corrientes, se descubre un fondo herido por la distancia, la soledad, los complejos y la falta de empatía. Y a Xavier Dolan, un cineasta poderosamente visual, esa marejada verbal se le escapaba como arena entre los dedos.
Era sólo una película de Dolan, pero era un reto doble, tanto por el tipo de autor que era Lagarce como por el tipo de autor que es Dolan. Para enfrentarlo, el quebequés edifica en tres pilares su Juste la fin du monde. En primer lugar, Dolan vuelve a demostrar que no sólo es un gran director de actores sino que suele acertar de lleno con el casting: Gaspard Ulliel (el escritor), Nathalie Baye (su madre), Léa Seydoux (su hermana), Vicent Cassel (su hermano) y Marion Cotillard (su cuñada) rinden a un nivel muy notable (y parejo) en un registro nada sencillo dado su cargado carácter verbal y gestual y al que, además, añaden un magnetismo que refuerza el último punto que comentaremos.
En segundo lugar, Dolan vuelve a mostrar su maestría en la elección de la banda sonora y en la concepción y realización de esos momentos eternos en la vida de las personas. Aunque está muy marcada la estructura teatral de Juste la fin du monde, donde mediante el hilo conductor del protagonista, el escritor, asistimos, entre los ríos de diálogos y monólogos, a cinco partes bien diferenciadas aunque muy interrelacionadas, enfocadas en cada personaje de la obra, Dolan la rompe breve e intensamente para introducir recuerdos fundamentales del protagonista que trascienden al flashback. Y en esa linde, donde sigue puliendo el holismo videoclip-película, pocos alcanzan su nivel, y nadie genera tal atracción, al menos entre su generación, los hijos de su tiempo.
Pero estos dos puntos ya los sabíamos, no es algo que encontremos en sólo una película de Dolan, sino en todas. Son trazas esenciales de su joven carrera como cineasta. Así pues, lo más interesante y el punto fundamental era cómo acometía formalmente Dolan la obra de Lagarce. Juste la fin du monde se sostiene en un 90% de su metraje gracias a un complejo y rico equilibrio de primeros planos de los protagonistas, de toda clase; una labor, per sé, verdaderamente compleja.
Esta decisión formal extrema responde a lo siguiente: Primero, obliga al espectador a focalizar su atención en el filme, le empuja dentro de la casa y de las conversaciones. Segundo, es el tipo de plano más directo para la transmisión de la ingente cantidad de información no verbal que tiene lugar durante la algarabía, parte fundamental en la construcción de personajes; además, este segundo punto es consecuencia del primero pues nuestra atención está totalmente focalizada. Tercero, responde a la esencia de los personajes en la obra de Lagarce: aislados por la distancia y la falta de amor y empatía, dialogan en monólogos. Cuarto: en las conversaciones grupales, hay primeros planos de todos los personajes, aunque no estén hablando en dicho momento, lo que unido al excepcional montaje de Dolan, refleja muy bien las interrelaciones existentes entre ellos. Mientras otros hablan, el resto son construidos en silencio. Ahí sí que escuchan, cuando el resto dialoga. Y quinto y último, su juego de luces, sombras y encuadres tiene mucho que ver con la profundidad de Juste la fin du monde. El personaje del escritor casi siempre es encuadrado mostrando sus dos ojos, entre la luz y la sombra. El resto, suelen mostrarse limitados y de perfil, sólo se muestran sus dos ojos cuando comprenden la verdad del asunto. Los dos ojos son sinónimos de verdad, amor, empatía y tristeza.
Pero, al fin y al cabo, ésto son elucubraciones de una película que ha sido muy mal recibida por buena parte de la crítica pese a la aureola de su autor, y sus argumentos tienen. Particularmente, pienso que a sus 27 años Dolan ha demostrado como autor original (Laurence Anyways, Mommy) un gran talento y capacidad para conectar con gran parte de la crítica y público. Sin embargo, creo que es en sus adaptaciones (Tom a la fèrme, Juste la fin du monde) donde el canadiense demuestra que es un autor que vale de verdad, que lo suyo por el cine es obsesión, no capricho. Y eso es lo más importante y lo que hay que disfrutar. Gustará más o menos, pero Xavier Dolan tiene un hambre inmensa de hacer cine y la valentía para correr cualquier riesgo a la hora de hacerlo. No tiene una película igual, no sé qué esperar de él.
Quizá lo único que espero es sólo una película (más) de Dolan.
Porque, a día de hoy, sólo una película de Dolan implica mucho.