El director húngaro incendia la crítica con una alegórica y temeraria reducción al absurdo que pone la salvación espiritual de la corrupta Europa en manos de un refugiado sirio volador
En el mundo contemporáneo, regido por las mareas multimedia que constantemente actualizan y reformulan las imágenes, sorprende lo indeleble de las simbologías religiosas, protegidas por el dique de la tradición. El cine, el arte con mayor capacidad para plasmar estos tiempos, está explorando en los últimos años la experimentación con ese cambio que fuera de las pantallas parece lejos de suceder. A esta corriente de obras liderada por la excepcional The Leftovers se le ha unido en la 70ª edición del Festival de Cannes Jupiter’s Moon, la última y radical película del húngaro Kornél Mundruczó, quien era ascendido a la competición oficial tras ganar Un Certain Regard, la otra competición de la sección oficial del festival, en el año 2014 con White God.
Más allá del debate sobre el nivel del galardonado director, es innegable su valentía y originalidad. A la alegoría política fundamentada en una revolución perruna que planteó en 2014 se le une, tres años después, la intención de desarrollar una nueva teología hija del presente en base a un joven refugiado sirio que tras ser tiroteado en su intento de atravesar la frontera húngara no resulta cadaver sino portador del milagro más sencillo anhelado por el hombre: la capacidad de volar. Tal cual. Como lo leen.
El planteamiento de Mundruczó es sencillo: Jupiter’s Moon, que referencia a la cuarta luna de Júpiter, llamada Europa, es una alegórica reducción al absurdo que concluye que la única posibilidad de espiritualidad real y esperanza en un continente de tanta corrupción moral, económica e institucional será aquella que nazca de forma incomprensible ante la presencia del milagro más sencillo pero también más egoísta e inútil de cuantos ha soñado el hombre: volar; un hombre que vuela gracias a su capacidad de modular la gravedad que le rodea. No cura, no salva vidas, no multiplica panes y peces… sólo levita y da vueltas. No tiene ni Diez Mandamientos.
Sin embargo, el medio en el que plantea hacerlo no puede ser más complicado: Mundruczóencarrila de forma férrea toda la historia como una película mayoritariamente de acción, en la que el joven “Jesucristo” sirio huye junto a un médico corrupto del inspector de policía a cargo de Inmigración y que disparó al refugiado. Las escenas están rodadas con un formalismo, puesta en escena y potencia visual que nada tienen que envidiar a los grandes filmes de acción hollywodienses. El director húngaro es tan terco que fuerza el desarrollo dramático siempre hacia la acción, como si concibiera en dicho género, el último en el que pensaríamos encontrar una película de índole espiritual, el mapa político e institucional de Europa.
La clave del desarrollo teológico de Jupiter’s Moon se apoya en las situaciones en las que Aryan, que así se llama el refugiado sirio, vuela. Así queda dictaminado un camino que concibe el primer motivo de la “falsa” nueva religión como el de los intereses privados y la búsqueda de explotación económica, para luego encarar la banalidad, el clasismo, la locura y finalizar con el sacrificio terrorista. Es en este punto donde el espejo se revierte y empieza la “verdadera” nueva religión, con una viandante que tras el horror del atentado cree haber visto un ángel, así como la redención del médico corrupto que pasará de cínico explotador a fiel profeta: la fe ciega en el más sencillo de los milagros y en el prójimo termina por extenderse hasta alcanzar a toda la ciudad, incluyendo los centros de refugiados. Todos miran al cielo y admiran al más absurdo de los Ángeles y callan con esperanza. Todos salvo un niño pequeño que se equivoca en la cuenta atrás con los ojos tapados: el futuro todavía no es partícipe y está lejos de llegar.
La radical propuesta de Kornél Mundruczó es una temeridad mayúscula. Tanto como lo es intentar desarrollar la religión salvadora más simple y llana en base a un refugiado sirio volador al ritmo de The Fast & The Furious. Tanto que cualquiera puede considerarlo una soberana estupidez y sería arduo complicado quitarle la razón. La fe al final es eso.