Analizamos la política seguida por el certamen catalán a un año de su 50 aniversario y sus nuevos buenas cifras de asistencia
Segunda estrella a la derecha y todo recto hacia el mañana dijo el capitán James Tiberius Kirk para fijar el rumbo de la nave Enterprise, en una reformulación de la leyenda de El país de Nunca Jamás de Peter Pan. La mítica saga galáctica Star Trek, que en 2017 cumple medio siglo, fue designada como eje temático de un Festival de Sitges precisamente también a un año del 50 aniversario. Sin embargo, desde Cinéfagos, lejos de pretender describir la multitud de referencias y eventos relacionados en (otra) crónica más del festival, acudimos a la citada frase del capitán Kirk como primer paso de un análisis sobre por qué el festival catalán, históricamente vestido de culto y desarrapado por la solvencia económica, se viste de gala por segundo año consecutivo presentando sus mejores cifras.
Tras la asunción de los mandos de la nave por parte de Ángel Sala, convertido en director del festival desde 2001, el evento catalán ha ido virando su trayectoria histórica, sobre todo en el último lustro, en pos de una evolución que asegurase su crecimiento y supervivencia. El más peligroso de estos volantazos fue la apertura genérica de su programación, que si bien conserva sus raíces en el cine de género parece orbitar actualmente en la tenue y misteriosa indefinición del cosmos abierto y variado. Durante el último lustro, el porcentaje de cine de terror de su sección oficial en competición roza el 40% mientras que la ciencia ficción, a años luz, apenas sobrepasa el 15%, siendo en su última edición solamente del 36% y el 10%, respectivamente. El Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Sitges parece acogerse más que nunca al sin fin de posibilidades que ofrece el término “fantástico” que le nomina mientras a su público más purista le entran escalofríos.
Una de las principales medidas adoptadas por el festival de Sitges fue la apertura genérica de su programación, ahora más variada e indefinida, amén de mas prestigiosa y menos exclusiva
La mayor laxitud de su programación confluye, junto a otras medias, en la captación del interés de un nicho mayor de público. La primera de ellas supone la apuesta por la mayor cantidad de títulos atractivos del panorama festivalero sacrificando, a cambio, la exclusividad propia que generalmente buscan los grandes festivales, algo lógico atendiendo a su ubicación temporal en el último tercio del año. En el último lustro, el festival de Sitges ha realizado una importante política expansionista, descontrolada en sus inicios (pasó de 22 títulos en competición oficial en 2010 a 35 en 2012 y a la locura de 49 en 2013) y que se ha ido redistribuyendo y filtrando gracias al crecimiento de sus secciones paralelas en pos de una competición oficial (principal muestra del nivel y prestigio de un festival) de menor cantidad pero más selecta. La 49ª edición es paradigma de ello: los títulos que tienen, ya no premiere mundial, sino únicamente europea, rondaron el 10% en una programación llena de títulos importantes procedentes de Cannes (The Handmaiden, The Neon Demon, Grave, The Wailing, Train to Busan, Psycho Raman…), Berlín (Shelley, A Dragon Arrives!, Creepy…), Venecia (Voyage of Time, La región salvaje…), Toronto (Blair Witch, Desierto, La autopsia de Jane Doe…), Sundance (Swiss Army Man, Operation Avalanche, Always Shine, The Lure…) o Rotterdam (The Love Witch, Tenemos la carne…). La elección como filme de la sesión sorpresa del festival de Arrival, la película de ciencia ficción más esperada del año y a sólo un mes de su estreno comercial en salas, supuso el cénit de una tendencia que permite a su público disfrutar durante diez días de muchos de los títulos más esperados del año. También ha sabido leer los tiempos audiovisuales contemporáneos y ha aumentado la presencia de material de series televisivas.
Esto nos lleva a otra de sus claves: el Festival de Sitges se dirige al pueblo, no a la prensa especializada. Asumido su prestigio dentro de los principales festivales del mundo y a contracorriente de la mayoría, el Festival de Sitges ha remarcado exitosamente en los últimos tiempos su carácter popular. El festival ofrece la posibilidad a sus asistentes, ya sea mediante abonos, entradas o acreditaciones, de ver cine prácticamente las 24h del día. La logística favorece incursiones intensas de pocos días para darse un atracón cinéfilo con amigos y familia o una estancia más larga y selecta y con pocas preocupaciones, en detrimento de la cobertura específica de la prensa que se ve obligada a sacrificar películas y a dormir menos de lo recomendable, agravado ello por la casi imperiosa necesidad de levantarse a las siete de la mañana todos los días para intentar reservar presencia en los pases compartidos con el público, acabándose las opciones en apenas un minuto. Su enfoque logístico y su programación, plagada de títulos con un importante recorrido festivalero, han provocado que más allá de La Vanguardia, hasta los grandes medios realicen coberturas inferiores a las que el Festival de Sitges, por estatus, podría aspirar.
Junto a su claro enfoque popular, en términos logísticos y de programación, otro de los pilares sobre los que se asienta el festival es su política de homenajes y consagración autoral
El último punto a destacar es su política de homenajes y consagración de autores. Todos los años, el festival de Sitges se ha esforzado por asegurarse la presencia de importantes referentes históricos del séptimo arte gracias a su Gran Premio Honorífico (este año otorgado a los legendarios Max von Sydow y Cristopher Walken), sus, cada vez más múltiples, premios Máquina del Tiempo y sus retrospectivas. Pero más allá de la alfombra roja, esta política también se vislumbra de puertas adentro. La programación de determinados títulos y autores y su premiación va más allá de un reconocimiento a la calidad e implica la diplomacia que asegurará la presencia de futuras obras en las ediciones posteriores.
Todo ello sucede a varios niveles: La apuesta por reforzar la presencia del cine catalán más joven, algo que este año ha sucedido en la competición de cortos, en busca de encontrar la fidelidad de aquel talento que triunfe en el futuro; la especial atención que recibe el cine asiático que goza de premio propio (mejor película asiática) y que ha convertido en costumbre la presencia de las películas surcoreanas más importantes del año o los filmes de autores asiáticos consagrados como los japoneses Takashi Miike y Sion Sono (este año con dos películas y un documental sobre su figura) o el hongkonés Johnnie To; y, aderezando todo ello, los propios premios de la competición oficial. Premiar al director de culto holandés, Alex van Warmerdam, con la mejor película en 2013 (Borgman) o en 2016 al surcoreano Yeon Sang-ho como mejor director (algo que se podía anticipar sólo con observar la presencia de dos películas suyas en la Competición Oficial tras obtener ya en 2013 el premio a mejor película de animación) no sólo reconoce mérito sino que firma un contrato invisible con autores muy relevantes dentro del panorama cinéfilo y que el festival necesita y explota convenientemente.
Swiss Army Man, mejor película de la última edición del Festival de Sitges, se constituye como un símbolo perfecto de las medidas tomadas por un festival que exhibe con vigor sus cifras
Así pues, durante la 49ª edición del Festival de Cinema Fantàstic de Sitges hemos podido asistir al asentamiento definitivo de un festival que ha hecho más selecta y prestigiosa su competición oficial a la par que reforzado sus secciones paralelas y que, como muestra de vigor, exhibe y publicita unas cifras que indican un crecimiento en ventas y asistencia de más del 20% respecto a hace sólo dos años, señal de que cuenta no sólo con la fidelidad de su público sino con una atención cada vez mayor. Un festival que a las puertas de un cumpleaños tan señalado como el 50 ha decidido premiar como mejor película a la de mayor potencial icónico popular de todas ellas, Swiss Army Man (Dan Kwan, Daniel Scheinert), comedia escatológica inclasificable protagonizada por Daniel Radcliffe (premiado como mejor actor) y Paul Dano, llena de múltiples referencias y homenajes a los clásicos recientes del cine, aplaudida por los asistentes de múltiples festivales desde su premiación en Sundance. Otra decisión (inteligente) fríamente meditada y un perfecto símbolo de las medidas tomadas por un festival que parece haber superado el cinturón de asteroides y se dirige rumbo a tomar la segunda estrella a la derecha, todo recto hacia el mañana.