Las excelentes “120 pulsaciones por minuto”, “Pushing dead” y “La herida (The wound)” destacan en la primera semana del más concurrido festival madrileño
La primera semana de la 22ª edición del Festival de cine LGBT de Madrid ha venido marcada por la proyección de dos de las películas más esperadas del certamen (y del año cinéfilo), así como por el descubrimiento (una de las grandes señas de identidad del festival) de otras joyas difíciles de localizar y disfrutar si no es gracias a esfuerzos de certámenes como este.
Inauguró por todo lo alto esta edición 120 battements par minute (120 pulsaciones por minute), una de las grandes revelaciones del pasado Festival de Cannes (donde obtuvo el Gran Premio del Jurado), y la flamante candidata francesa al Oscar de Mejor Película de Habla no-inglesa. Se trata de la tercera película como director de Robin Campillo tras la cinta de culto zombieLes revenants (2004), luego convertida en prestigiosa serie televisiva y la también LGBT Eastern Boys (2013), premiada en Venecia y que en España solo pudo verse fugazmente en Filmin (esperemos que se recupere para la ocasión).
Campillo, co-autor también de los guiones de las mejores películas de Laurent Cantet (La clase, la inminente El taller de escritura), parte en este caso de los recuerdos de su época de activista para trenzar un retrato simultáneamente colectivo e íntimo de la lucha que emprendió el grupo de activistas ACT-UP contra el desinterés de las autoridades públicas y la implicación interesada de los grandes laboratorios en la lucha contra del SIDA a principios de los años 90.
120 pulsaciones por minuto destaca por su autenticidad y falta de concesiones: no estamos ante un melodrama lacrimógeno ni ante un esquemático filme de denuncia, sino ante una aproximación veraz a la realidad de estos activistas que combatían la rabia y la indiferencia
Aunque el VIH ha estado presente en muchas películas notables, tanto en sus años de mayor virulencia (las valientes Invierno en primavera, En el filo de la duda o Compañeros inseparables), como en los últimos tiempos (el documental Cómo sobrevivir a una plaga, la oscarizada Dallas Buyers Club, la televisiva The Normal Heart o las más intimistas Test y Theo y Hugo), 120 pulsaciones por minuto destaca por su autenticidad y falta de concesiones: no estamos ante un melodrama lacrimógeno al estilo Philadelphia (aunque sea también un descarnado drama romántico), ni ante un esquemático filme de denuncia, sino ante una aproximación veraz a la realidad de estos activistas que combatían la rabia y la indiferencia con el compromiso político, un envidiable vitalismo (esos bailes noctámbulos) y una pulsión sexual y afectiva a prueba de bombas.
Campillo demuestra su genio para la escritura de vibrantes escenas colectivas con las sucesivas, y muy interesantes, asambleas de debate, y desarrolla sus ambiciones artísticas con sugerentes interludios poéticos, algunos acompañados de imágenes inolvidables. Habrá quien le reproche cierta intensidad discursiva muy a la francesa y un metraje excesivo, cuyo ritmo languidece a medida que la tragedia se materializa inexorablemente, pero el realizador logra revestir su relato de una dimensión épica que cristaliza en un extraordinario montaje final donde vida, lucha, muerte y se aúnan libres de miedo y moralina. A todo ello contribuye un acertadísimo acompañamiento musical y el buen hacer de un reparto coral capitaneado por el arrollador Nahuel Pérez Biscayart y el magnético Arnaud Valois.
Pushing Dead esuna imprevisible tragicomedia, alternativamente negra, dulce y marciana, pero siempre estimulante
Los desvelos y desafíos de la vida con VIH son también el motor narrativo (si bien en un tono muy distinto y ambientación contemporánea) de otro gran descubrimiento del festival: Pushing Dead. Esta imprevisible tragicomedia, alternativamente negra, dulce y marciana, sigue los pasos de un joven seropositivo de San Francisco (encantador James Roday) que pierde temporalmente el acceso a su medicación por impago del seguro (esto nos resulta aquí afortunadamente inconcebible) y se quedará prendado de un chico recientemente infectado por el virus.
La película retrata, de forma desenfadada y naturalísima, el día a día con la enfermedad y las relaciones del protagonista con su compañera de piso (la hermana de su difunto novio), y el propietario del bar en el que trabaja, un sorprendente Danny Glover, todo ternura debajo de su coraza de hombre fuerte aparentemente insensible tras su separación. El sentimiento de comunidad que se forma entre estos personajes resulta conmovedor, en una narración sin miedo a tomar derivas a veces desconcertantes, pero siempre estimulantes, y admirablemente empeñado en normalizar y humanizar situaciones y personajes frecuentemente condenados a la invisibilidad.
La Herida (The Wound) es un drama con la intensidad de un thriller, algo así como un thriller “introspetivo” de gran profundidad y verdad emocional
Como invisible resulta también la realidad de muchos países donde la homosexualidad aún es objeto de persecución o durísima represión. Si bien es uno de los países más progresistas y abiertos en este sentido de su continente, Sudáfrica también vive atrapada en ese cruce entre la tradición y la modernidad, como tan bien refleja la extraordinaria La herida (The Wound), de inminente estreno en cines a mediados de diciembre y seleccionada por su país para competir en la lucha por el Óscar de habla no-inglesa. Y aunque esta selección suele acompañar frecuentemente a películas-postal que venden exotismo de cliché, no es este el caso de La Herida, un ejemplo de cine comprometido con la realidad, aunque ello suponga enfrentar al espectador a situaciones y decisiones muy incómodas.
Un ancestral y arcaico ritual tribal del pueblo Xhosa de “paso a la madurez” consistente en la circuncisión de los adolescentes, para luego pasar en la selva, con los atuendos tradicionales y la dirección de un tutor, la semana de cicatrización, supone el encuentro explosivo de tres personajes muy dispares en su vivencia de la homosexualidad: un joven “iniciado”, procedente de una familia acomodada de Johannesburgo, y con una mentalidad moderna carente de complejos, pese a la maledicencias de sus compañeros; su “tutor” (magnífico Nakhane Touré), trabajador en una fábrica de la cuidad y fiel a la cita con este ritual anual por su secreta y apasionada relación de muchos años con uno de los tutores más veteranos, agresivo y desabrido. El “iniciado” pronto descubrirá esta relación y la pondrá a prueba, revelando la hipocresía de quienes viven en secreto lo que niegan a los demás y a sí mismos.
El debutante realizador John Trengove despliega en La herida todo su talento como director de actores y, valiéndose de un sobresaliente trabajo fotográfico (con impresionantes claroscuros, huyendo de ese mencionado enfoque de postal), logra sublimar la palpitante tensión psicológica en un paisaje agreste y magnífico, que envuelve a los personajes y los enfrenta a todos sus miedos. Este es un drama con la intensidad de un thriller, algo así como un thriller “introspetivo” de gran profundidad y verdad emocional, que, en última instancia nos revela la peor cara de la represión: su inmunidad a los discursos buenistas, su fuerza para ser interiorizada hasta tal punto que se convierte en una fuerza interna de la propia persona.
El documental Pero que todos sepan que no he muerto (Bones of contention) parte de la ignominiosa ejecución de Federico García Lorca para describir la represión del colectivo LGBT durante la dictadura franquista, de forma concisa, sencilla y pedagógica
El documental Pero que todos sepan que no he muerto (Bones of contention) parte de la ignominiosa ejecución de Federico García Lorca para describir precisamente la represión del colectivo LGBT durante la dictadura franquista y elevar una sentida reivindicación de la memoria histórica. La realizadora Andrea Weiss se vale de unos pocos, pero significativos, testimonios y del potencial evocador de los versos del granadino (hermosamente entonados por Miguel Ángel Muñoz) para sintetizar estos últimos 70 años de sufrimiento y lucha del colectivo.
Aunque no es un trabajo especialmente novedoso 0 sofisticado, tiene un estimable valor pedagógico (por su sencillez y concisión), y encaja a la perfección con el espíritu de este maravilloso festival: dar cuenta de todas las conquistas logradas, homenajear a quienes no vivieron para verlas, y seguir luchando para que cada vez sean más lo que puedan vivir, y gozar, en libertad.